Si
tenemos un tubo digestivo mal cuidado, poblado de bacterias, hongos
oportunistas y patógenos (en particular, Candida) y contaminado por
alimentos mal digeridos, corremos el riesgo de que se quede atascado por
materia fecal tóxica. Esta situación puede provocar desequilibrios y trastornos
de distinta gravedad.
En
concreto, se puede sufrir estreñimiento habitual, gases, diarreas, inflamaciones
de distinta índole, alteraciones en la piel, cambios de humor o enfermedades
más graves, como una colopatía funcional, una diarrea sangrante e incluso
cáncer de colon.
Al
hacer una autopsia, es fácil comprobar si el colon de la persona fallecida se
encontraba muy atascado por excrementos. Es el origen del dicho: “la muerte
empieza en el colon”.
Un
intestino sucio conlleva el riesgo de tener un sistema inmunitario deficiente.
Se es más vulnerable ante enfermedades infecciosas e inflamatorias relacionadas
con el aparato digestivo, respiratorio, urogenital, etc.
Además,
tener el colon “enfermo” también es un factor desencadenante de trastornos
emocionales. Poca gente lo sabe, ni siquiera todos los médicos, pero las
células del intestino producen el 80% de la hormona del buen humor (la
serotonina) que se encuentra en el cuerpo.
De
alguna manera, el intestino es nuestro “segundo cerebro”, así que tenemos que
cuidarlo muy bien.
Los malos
olores no son normales
La
función principal del colon es fermentar los alimentos que no se han digerido
completamente para extraer los últimos nutrientes y hacer que pasen a la
sangre. Cuando el colon está sano y funciona bien, sólo quedan residuos
inutilizables que se evacuan con regularidad, y que no desprenden mal olor.
Por
el contrario, en presencia de bacterias y levaduras nocivas, el tránsito se
altera produciendo estreñimiento o diarrea y los residuos alimentarios huelen
mal. Además, cuando se tiene una mala digestión, aparte de ser desagradable en
sí mismo, nuestro organismo no puede extraer los nutrientes de la comida de
manera satisfactoria. Si no se hace nada al respecto, se puede llegar a tener
déficit nutricional, o incluso carencias.
La
flora nociva produce también gas carbónico, metano e hidrógeno en abundancia. Y
los gérmenes se extenderán hasta provocar bolsas de gas a lo largo del colon,
generándonos la sensación de que vamos a estallar. Las flatulencias y gases no
tienen nada de gracia. Indican una mala digestión y también que el colon
necesita ayuda. Este círculo vicioso se origina por la falta de bacterias
“buenas”, beneficiosas para la salud, que favorezcan la digestión.
Utilizar
el término “flora” aplicado al intestino puede chocar, pero lo cierto es que
hace referencia al número de especies de bacterias y levaduras (200 tipos como
mínimo) que ahí cohabitan, como ocurre en los jardines botánicos. Y cada
persona tiene su propia flora intestinal, tan personal como su huella dactilar.
Cuidar
su propio jardín es responsabilidad de cada persona; resembrarlo con
frecuencia, eliminar las malas hierbas, abonarlo o bien abandonarlo. En este
último caso, lo que era un bonito jardín inglés rápidamente se convertirá en un
horrible y nauseabundo vertedero, refugio de especies nocivas que pueden
provocar enfermedades.
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