Por
cada célula que hay en nuestro cuerpo, tenemos 100 microbios de distintas
clases que proliferan en la boca, los oídos, la piel, los órganos genitales y,
sobre todo, en los intestinos. En un adulto, la cantidad de microbios se
aproxima a los 100 billones.
Aunque pueda sonar repulsivo, en realidad la mayor parte de estos microbios son inofensivos y aparentemente pasivos. Algunos nos resultan útiles y solamente una minoría son peligrosos: los microbios patógenos, es decir, los que causan enfermedades.
Aunque pueda sonar repulsivo, en realidad la mayor parte de estos microbios son inofensivos y aparentemente pasivos. Algunos nos resultan útiles y solamente una minoría son peligrosos: los microbios patógenos, es decir, los que causan enfermedades.
Por qué debemos cuidar de nuestros microbios
Cuando
digo que la mayoría de estos microbios parecen pasivos, no es del todo exacto:
en realidad, tienen la virtud (la mayoría) de que ocupan espacio, y con ello
impiden que los microbios patógenos se instalen y se multipliquen. En este
sentido, su presencia constituye un escudo defensivo que resulta imprescindible
en nuestra vida. Por ello, lo peor que podría hacerse sería eliminar las
bacterias que recubren alguno de nuestros órganos sensibles, como por ejemplo,
los genitales o el intestino. Lejos de obtener una “limpieza total”, lo que
conseguiríamos sería favorecer la aparición de nuevos invasores sin tener la
certeza de que vengan con buenas intenciones. Así es como se producen las
infecciones.
Por eso, resulta lamentable que llevemos más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. (Nota: esto no es una crítica a los antibióticos, sino a su abuso).
Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.
Por eso, resulta lamentable que llevemos más de un siglo dedicando tanto esfuerzo a matar microbios de forma indiscriminada a base de antisépticos, fungicidas y antibióticos, que no siempre son indispensables. (Nota: esto no es una crítica a los antibióticos, sino a su abuso).
Aunque no las veamos, aunque no las conozcamos, la mayoría de estas bacterias son nuestras amigas. Y tener 100 billones de amigos no es poca cosa.
La microbiota intestinal, el foco de nuestra
salud
Entre
estos microbios, los más numerosos e importantes para la salud son las
bacterias y levaduras que viven en el intestino en relación simbiótica (es
decir, estableciendo entre ellos una relación de ayuda mutua) y que constituyen
la “microflora intestinal”, o “microbiota”.
Antes de profundizar en la cuestión, debo advertir a mis estimados lectores que los conceptos que vamos a tratar se encuentran en la vanguardia de los conocimientos científicos actuales, lo cual me obligará a ser prudente. Se trata de un ámbito extremadamente complejo y muy prometedor para la medicina del siglo XXI por las interacciones que tienen lugar entre el organismo y las cantidades ingentes de bacterias que evolucionan con gran rapidez. Además ocurre en un entorno que resulta difícil reproducir, pues no es posible reproducir in vitro (en el laboratorio), lo que sucede en el intestino, y hacer observaciones in vivo (dentro de una persona viva) resulta muy complicado. Así pues, el conocimiento en el campo de las bacterias intestinales está avanzando de manera lenta e incierta.
Antes de profundizar en la cuestión, debo advertir a mis estimados lectores que los conceptos que vamos a tratar se encuentran en la vanguardia de los conocimientos científicos actuales, lo cual me obligará a ser prudente. Se trata de un ámbito extremadamente complejo y muy prometedor para la medicina del siglo XXI por las interacciones que tienen lugar entre el organismo y las cantidades ingentes de bacterias que evolucionan con gran rapidez. Además ocurre en un entorno que resulta difícil reproducir, pues no es posible reproducir in vitro (en el laboratorio), lo que sucede en el intestino, y hacer observaciones in vivo (dentro de una persona viva) resulta muy complicado. Así pues, el conocimiento en el campo de las bacterias intestinales está avanzando de manera lenta e incierta.
Breve recordatorio sobre la estructura de los
intestinos
Los
intestinos son un tubo largo recubierto de una mucosa denominada epitelio
intestinal que, a su vez, se compone de una fina capa de células, los
enterocitos. Su estructura en forma de ribete en cepillo (una especie de
terciopelo en el que cada pelo recibe el nombre de vellosidad intestinal)
aumenta considerablemente la superficie de intercambio. Efectivamente, el
epitelio intestinal es el que permite los intercambios entre el exterior y el
interior de nuestro cuerpo.
Sí, ya sé que resulta curioso pensar que lo que sucede dentro de los intestinos tiene lugar en el exterior del cuerpo, pero es un hecho: hasta que los nutrientes no atraviesan la pared intestinal para llegar a la sangre, éstos permanecen en el exterior del cuerpo; al igual que el aire que entra en los pulmones se queda en el exterior hasta que penetra en la sangre. La diferencia entre los intestinos y los pulmones es que, en el caso de estos últimos, lo que no se absorbe vuelve a salir por el mismo conducto (la boca).
Si se desplegase la superficie extendida de las vellosidades del epitelio intestinal, podría cubrirse la superficie de una cancha de tenis. Además, aunque esta mucosa es muy fina, es muy resistente, y prueba de ello es que a lo largo de una vida se estima que pasarán a través de ella al menos 50 toneladas de alimentos. Además, apenas tiene irrigación de vasos sanguíneos.
Sí, ya sé que resulta curioso pensar que lo que sucede dentro de los intestinos tiene lugar en el exterior del cuerpo, pero es un hecho: hasta que los nutrientes no atraviesan la pared intestinal para llegar a la sangre, éstos permanecen en el exterior del cuerpo; al igual que el aire que entra en los pulmones se queda en el exterior hasta que penetra en la sangre. La diferencia entre los intestinos y los pulmones es que, en el caso de estos últimos, lo que no se absorbe vuelve a salir por el mismo conducto (la boca).
Si se desplegase la superficie extendida de las vellosidades del epitelio intestinal, podría cubrirse la superficie de una cancha de tenis. Además, aunque esta mucosa es muy fina, es muy resistente, y prueba de ello es que a lo largo de una vida se estima que pasarán a través de ella al menos 50 toneladas de alimentos. Además, apenas tiene irrigación de vasos sanguíneos.
Las bacterias protegen y nutren el epitelio
El
secreto de la resistencia e integridad del epitelio intestinal reside en que
está recubierto de microbios que lo protegen y alimentan. Son centenares de
especies de bacterias y levaduras las que constituyen la microbiota.
La microbiota se nutre, entre otras cosas, de fibras, que son elementos que se encuentran en nuestra alimentación, pero que no podemos ni digerir ni absorber.
Las fibras se encuentran de forma abundante en todas las frutas y hortalizas. Resultan indispensables, por una parte, porque regulan el tránsito intestinal y, por otra, porque son necesarias para el mantenimiento del epitelio intestinal. A las bacterias y levaduras que recubren la mucosa intestinal les encantan las fibras. Realmente, las bacterias y levaduras fermentan las fibras para degradarlas y absorberlas. Este proceso acarrea la producción de ácidos grasos de cadena corta que, aunque parezca un milagro, son precisamente el alimento del que se nutren las células del epitelio. Así pues, favorecen su mantenimiento y, cuando se deteriora, permiten su reparación.
Como podrá observarse, todos salen ganando con la operación: tanto las bacterias y levaduras como las células de los intestinos. Se habla por tanto de microbios mutualistas o de simbiosis, a diferencia de los microbios parásitos, los cuales simplemente se benefician sin dar nada a cambio.
La microbiota se nutre, entre otras cosas, de fibras, que son elementos que se encuentran en nuestra alimentación, pero que no podemos ni digerir ni absorber.
Las fibras se encuentran de forma abundante en todas las frutas y hortalizas. Resultan indispensables, por una parte, porque regulan el tránsito intestinal y, por otra, porque son necesarias para el mantenimiento del epitelio intestinal. A las bacterias y levaduras que recubren la mucosa intestinal les encantan las fibras. Realmente, las bacterias y levaduras fermentan las fibras para degradarlas y absorberlas. Este proceso acarrea la producción de ácidos grasos de cadena corta que, aunque parezca un milagro, son precisamente el alimento del que se nutren las células del epitelio. Así pues, favorecen su mantenimiento y, cuando se deteriora, permiten su reparación.
Como podrá observarse, todos salen ganando con la operación: tanto las bacterias y levaduras como las células de los intestinos. Se habla por tanto de microbios mutualistas o de simbiosis, a diferencia de los microbios parásitos, los cuales simplemente se benefician sin dar nada a cambio.
Estos microbios también nos benefician
Y
eso no es todo: de los beneficios obtenidos de la colaboración entre la
microbiota y las células intestinales (enterocitos) también hay otros
beneficiados: ¡nosotros!
En efecto, el intestino produce ciertos neurotransmisores, como es el caso del 95% de la serotonina (la hormona de la felicidad), de ciertas enzimas (peptidasas y lactasa) y de vitaminas (sobre todo B12 y K), así como de numerosas moléculas mensajeras del sistema inmunitario (ARNm). Estas sustancias pueden influir en el estrés que padezcamos e incluso determinar nuestro carácter. Y prueba de ello es que si se le practica un trasplante de microbiota intestinal de un ratón aventurero a los intestinos de un ratón temeroso, éste último se vuelve más valiente. La expresión “tener redaños para algo” es, por tanto, literalmente cierta.
Por otra parte, estas bacterias parecen ser capaces de producir compuestos químicos que regulan el apetito, la digestión y la sensación de saciedad.
Investigadores de los Países Bajos descubrieron que, al trasplantar la microbiota de ratones delgados en los intestinos de ratones con síndrome metabólico (obesidad, diabetes e infecciones vinculadas a la disminución de la sensibilidad a la insulina), se observaba un aumento pronunciado de la sensibilidad a la insulina de los ratones enfermos y, por tanto una mejora de su estado.
En efecto, el intestino produce ciertos neurotransmisores, como es el caso del 95% de la serotonina (la hormona de la felicidad), de ciertas enzimas (peptidasas y lactasa) y de vitaminas (sobre todo B12 y K), así como de numerosas moléculas mensajeras del sistema inmunitario (ARNm). Estas sustancias pueden influir en el estrés que padezcamos e incluso determinar nuestro carácter. Y prueba de ello es que si se le practica un trasplante de microbiota intestinal de un ratón aventurero a los intestinos de un ratón temeroso, éste último se vuelve más valiente. La expresión “tener redaños para algo” es, por tanto, literalmente cierta.
Por otra parte, estas bacterias parecen ser capaces de producir compuestos químicos que regulan el apetito, la digestión y la sensación de saciedad.
Investigadores de los Países Bajos descubrieron que, al trasplantar la microbiota de ratones delgados en los intestinos de ratones con síndrome metabólico (obesidad, diabetes e infecciones vinculadas a la disminución de la sensibilidad a la insulina), se observaba un aumento pronunciado de la sensibilidad a la insulina de los ratones enfermos y, por tanto una mejora de su estado.
Las bacterias intestinales mal alimentadas
causan enfermedades
Si
las bacterias del intestino no reciben las fibras que necesitan para
regenerarse, producen menos alimento para el cuidado de nuestro epitelio.
Además, nos quedamos sin una parte de las sustancias beneficiosas que producen,
que son aquellas a las que nos acabamos de referir (serotonina, enzimas,
vitaminas...).
Si no se alimenta bien el epitelio intestinal, puede sobrevenir un aumento de la permeabilidad intestinal, en concreto en aquellas personas con intolerancia al gluten y a las proteínas de la leche de vaca. Las bacterias patógenas, proteínas e hidratos de carbono que no se hayan digerido adecuadamente pueden pasar a la sangre y desencadenar reacciones inmunitarias adversas. La consecuencia de ello es una inflamación crónica que, con el tiempo, puede provocar la aparición del síndrome metabólico, además de numerosas enfermedades crónicas vinculadas, como la colopatía funcional, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 e incluso cáncer.
Los investigadores han demostrado, además, que el intestino es anormalmente permeable ante casos como la enfermedad de Crohn, la espondilitis anquilosante, la artritis reumatoide, la diabetes de tipo 1 y, probablemente, ante la mayoría de las enfermedades autoinmunes.
Si no se alimenta bien el epitelio intestinal, puede sobrevenir un aumento de la permeabilidad intestinal, en concreto en aquellas personas con intolerancia al gluten y a las proteínas de la leche de vaca. Las bacterias patógenas, proteínas e hidratos de carbono que no se hayan digerido adecuadamente pueden pasar a la sangre y desencadenar reacciones inmunitarias adversas. La consecuencia de ello es una inflamación crónica que, con el tiempo, puede provocar la aparición del síndrome metabólico, además de numerosas enfermedades crónicas vinculadas, como la colopatía funcional, enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 e incluso cáncer.
Los investigadores han demostrado, además, que el intestino es anormalmente permeable ante casos como la enfermedad de Crohn, la espondilitis anquilosante, la artritis reumatoide, la diabetes de tipo 1 y, probablemente, ante la mayoría de las enfermedades autoinmunes.
El cuidado de la microbiota empieza desde el
momento del nacimiento
Mientras
estamos dentro del vientre materno, tanto el tubo digestivo como la piel están
esterilizados.
Sin embargo, el bebé que nace por parto natural va recogiendo a su paso las bacterias de la madre, que no tardarán en colonizar la piel, la boca, las mucosas y los intestinos. Si nace por cesárea, serán las bacterias del entorno hospitalario (las de las manos del personal sanitario y las de quienes transitan por los pasillos del hospital) las que se instalen en esas mismas zonas. Todas estas cepas bacterianas, lógicamente, presentan riesgos para el bebé.
Los estudios realizados a bebés han permitido un hallazgo fundamental en relación con la microbiota. Durante años, los investigadores nutricionistas se han sorprendido por la presencia, en la leche materna, de ciertos hidratos de carbono complejos, los oligosacáridos, que los bebés no pueden digerir por falta de enzimas adaptadas. Resultaría muy sorprendente que la madre naturaleza que, en general, lo tiene todo previsto, desperdiciase los valiosos recursos nutritivos de la madre aportándole al bebé alimentos que no puede digerir.
Los investigadores se dieron cuenta de que estos particulares oligosacáridos no están ahí para alimentar al bebé, sino para alimentar a las bacterias del género Bifidobacterium (en concreto, el Bifidobactarerium infantis), especialmente adaptadas a los oligosacáridos presentes en la leche materna.
Cuando todo va bien, estas bifidobacterias proliferan e impiden que huéspedes menos deseables se instalen y nutren el epitelio intestinal de los niños. Estos oligosacáridos son, por tanto, prebióticos; es decir, son alimento para la microbiota.
Dado que los productores de leche materna no han tenido en cuenta durante mucho tiempo estos hallazgos, no han añadido ni prebióticos ni probióticos a sus preparados, lo cual perjudica la calidad de la microbiota y la inmunidad de los niños alimentados con biberón.
Esto, al igual que los partos por cesárea, podría explicar el aumento de los casos de alergias (eccemas), asma, inmunodeficiencia e incluso enfermedades degenerativas en los recién nacidos.
Sin embargo, el bebé que nace por parto natural va recogiendo a su paso las bacterias de la madre, que no tardarán en colonizar la piel, la boca, las mucosas y los intestinos. Si nace por cesárea, serán las bacterias del entorno hospitalario (las de las manos del personal sanitario y las de quienes transitan por los pasillos del hospital) las que se instalen en esas mismas zonas. Todas estas cepas bacterianas, lógicamente, presentan riesgos para el bebé.
Los estudios realizados a bebés han permitido un hallazgo fundamental en relación con la microbiota. Durante años, los investigadores nutricionistas se han sorprendido por la presencia, en la leche materna, de ciertos hidratos de carbono complejos, los oligosacáridos, que los bebés no pueden digerir por falta de enzimas adaptadas. Resultaría muy sorprendente que la madre naturaleza que, en general, lo tiene todo previsto, desperdiciase los valiosos recursos nutritivos de la madre aportándole al bebé alimentos que no puede digerir.
Los investigadores se dieron cuenta de que estos particulares oligosacáridos no están ahí para alimentar al bebé, sino para alimentar a las bacterias del género Bifidobacterium (en concreto, el Bifidobactarerium infantis), especialmente adaptadas a los oligosacáridos presentes en la leche materna.
Cuando todo va bien, estas bifidobacterias proliferan e impiden que huéspedes menos deseables se instalen y nutren el epitelio intestinal de los niños. Estos oligosacáridos son, por tanto, prebióticos; es decir, son alimento para la microbiota.
Dado que los productores de leche materna no han tenido en cuenta durante mucho tiempo estos hallazgos, no han añadido ni prebióticos ni probióticos a sus preparados, lo cual perjudica la calidad de la microbiota y la inmunidad de los niños alimentados con biberón.
Esto, al igual que los partos por cesárea, podría explicar el aumento de los casos de alergias (eccemas), asma, inmunodeficiencia e incluso enfermedades degenerativas en los recién nacidos.
La importancia de los “juegos sucios”
Los
niños no tardarán en atraer todo tipo de bacterias con comportamientos de sobra
conocidos por todos los padres, como llevarse a la boca todos los objetos que
encuentran (incluidos los desperdicios que hay en los parques públicos), y
hasta la basura doméstica.
Es cierto que este acto reflejo asusta a los padres y, por supuesto, evitarán que sus hijos se lleven a la boca objetos muy sucios o productos peligrosos. De todas formas, si la microbiota se va enfrentando gradualmente a bacterias oportunistas o ligeramente patógenas, desarrollará una madurez inmunitaria que le permitirá resistir con mayor eficacia futuras agresiones. Este proceso es similar a la madurez psicológica de un niño que se enfrenta en sus distintas etapas a las dificultades de la vida.
A partir de los tres años, la microbiota del niño, aunque es muy específica, se corresponde en parte con la de sus padres e incluso con la de quienes viven bajo el mismo techo y se sientan a la misma mesa. Aunque aun puede evolucionar, será difícil que lo haga. Introducir una nueva cepa bacteriana en la microbiota viene a ser algo así como introducir una nueva especie en una selva que ya ha alcanzado su pleno desarrollo: en principio, todos los espacios libres están ocupados y al recién llegado le resulta muy difícil encontrar sitio. En general, esto sucede únicamente a raíz de una tormenta grave, por ejemplo, si la microbiota es diezmada por un tratamiento con antibióticos, si resulta modificada por una enfermedad infecciosa, si el germen recién llegado es particularmente poderoso o el terreno o la alimentación específica del niño le son propicios, como es el caso del hongo Candida albicans en los niños que ingieren mucho azúcar (caramelos).
Es cierto que este acto reflejo asusta a los padres y, por supuesto, evitarán que sus hijos se lleven a la boca objetos muy sucios o productos peligrosos. De todas formas, si la microbiota se va enfrentando gradualmente a bacterias oportunistas o ligeramente patógenas, desarrollará una madurez inmunitaria que le permitirá resistir con mayor eficacia futuras agresiones. Este proceso es similar a la madurez psicológica de un niño que se enfrenta en sus distintas etapas a las dificultades de la vida.
A partir de los tres años, la microbiota del niño, aunque es muy específica, se corresponde en parte con la de sus padres e incluso con la de quienes viven bajo el mismo techo y se sientan a la misma mesa. Aunque aun puede evolucionar, será difícil que lo haga. Introducir una nueva cepa bacteriana en la microbiota viene a ser algo así como introducir una nueva especie en una selva que ya ha alcanzado su pleno desarrollo: en principio, todos los espacios libres están ocupados y al recién llegado le resulta muy difícil encontrar sitio. En general, esto sucede únicamente a raíz de una tormenta grave, por ejemplo, si la microbiota es diezmada por un tratamiento con antibióticos, si resulta modificada por una enfermedad infecciosa, si el germen recién llegado es particularmente poderoso o el terreno o la alimentación específica del niño le son propicios, como es el caso del hongo Candida albicans en los niños que ingieren mucho azúcar (caramelos).
Cambiar los microbios
Hoy
en día los médicos cuentan con la posibilidad de realizar trasplantes de
microbiota. En realidad, se trata de extraer las heces del colon de una persona
(sana) con el fin de introducirlas en el colon de una persona enferma. Se ha
comprobado la eficacia de esta práctica en el tratamiento de personas
infectadas por una bacteria patógena que se ha hecho resistente a los
antibióticos, la Clostidrium difficile, causante de una enfermedad
infecciosa que se ha triplicado en diez años en Estados Unidos y que se asocia
a 14.000 muertes al año. En Canadá se ha cuadruplicado desde 2003.
Pero, antes de recurrir a medidas extremas, podemos seguir también una serie de hábitos respecto a nuestro modo de vida para recuperar una microbiota de calidad que nos proteja eficazmente de los ataques bacterianos, cuide nuestra inmunidad intestinal y disminuya el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 y cáncer:
Pero, antes de recurrir a medidas extremas, podemos seguir también una serie de hábitos respecto a nuestro modo de vida para recuperar una microbiota de calidad que nos proteja eficazmente de los ataques bacterianos, cuide nuestra inmunidad intestinal y disminuya el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes de tipo 2 y cáncer:
- Antes de tomar antibióticos,
hay que asegurarse con el médico o el terapeuta que es indispensable y que
no hay otra solución para tratar la enfermedad o el problema que
padezcamos.
- No abuse de los productos de
limpieza domésticos. Nuestro entorno debe estar limpio; pero hay que
evitar que esté demasiado esterilizado.
- Evite los limpiadores
antibacterias, sobre todo, las soluciones de limpieza para las manos que
se encuentran hoy en día por todas partes (a menos, claro está, que por su
profesión -dentista, cirujano, enfermero, etc.- se vea obligados a ello o
exista riesgo de epidemia).
- Deje que los niños jueguen al
aire libre y acaricien a los animales. Haga jardinería. Retome el contacto
físico con la naturaleza.
- Consuma alimentos prebióticos,
ricos en fibras, para nutrir la microbiota: leguminosas (alubias,
garbanzos, lentejas, etc.), cereales integrales (arroz, espelta, avena,
etc.), cebollas, puerros y otras hortalizas, aguacates, plátanos, peras y
otras frutas de temporada.
- Consuma alimentos que contengan
bacterias probióticas: yogur, chucrut, pepinillos, aceitunas fermentadas…
- Disminuya el consumo de comida
rápida, ya que son alimentos que, además, se digieren mal. Muchos
alimentos modernos, ricos en grasas saturadas y almidón, apenas contienen
fibras y no ofrecen por tanto nada interesante para que fermente en el
intestino grueso, por lo que nuestras amigas las bacterias se debilitarán.
- No abuse de los medicamentos
antiinflamatorios no esteroideos (ibuprofeno, aspirina, etc.), ya que
aumentan la permeabilidad.
¿Problemas digestivos recurrentes? Regenere la
microbiota cuanto antes
En
caso de que tenga problemas digestivos desde hace tiempo (estreñimiento,
diarrea, alternancia de ambos, hinchazón abdominal, gases fétidos…), es el
momento de preocuparse de regenerar la microbiota mediante un tratamiento
específico. Porque no hay que olvidar que es la salud de los intestinos la que
determina, al fin y al cabo, la salud de todo el cuerpo, incluido el estado de
ánimo.
Pero eso no se improvisa. Sin embargo, las investigaciones de estos últimos 30 años han permitido definir cuáles son las bacterias y sus factores de crecimiento indispensables para llevar a cabo esta sagrada tarea de protección.
Pero eso no se improvisa. Sin embargo, las investigaciones de estos últimos 30 años han permitido definir cuáles son las bacterias y sus factores de crecimiento indispensables para llevar a cabo esta sagrada tarea de protección.
- En primer lugar, es
imprescindible aportar un surtido de bacterias lácticas que restaure la
microflora de protección intestinal. Estas especies bacterianas,
compatibles entre sí y con capacidad de desarrollarse in vivo, pertenecen
principalmente a los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium.
- Estas bacterias, por
beneficiosas que sean, se encontrarán desamparadas en su nuevo territorio
y no podrán desarrollarse de forma armoniosa en él, a no ser que lleguen
acompañadas de sus factores de crecimiento metabólico. Por tanto, es
preciso prever su alimentación (con los prebióticos) a fin de que les
proporcione los ingredientes necesarios para su crecimiento en el medio
intestinal: oligosacáridos, colágeno, aminoácidos, lactoferrina y los
cofactores vitamínicos (del grupo B) y minerales (magnesio, manganeso…).
- Aportar bacterias protectoras y
favorecer su desarrollo son las dos primeras etapas que determinan la
regeneración de la microbiota; pero también es preciso regenerar el
epitelio intestinal, que debe formar de nuevo una barrera infranqueable e
impermeable frente a los diversos agentes dañinos o patógenos. Para ello
es necesario aportar agentes reparadores como la glutamina, fosfolípidos,
colágeno, vitaminas del grupo B, C, E y carotenoides.
- El medio intestinal constituye
la primera línea de defensas naturales del organismo. Por ello, conviene
estimular la inmunidad gracias a una selección de nutrientes: las bacterias
amigas o las inmunoglobulinas de calostro contribuyen a la resistencia
natural del intestino frente a las agresiones del entorno. De igual
manera, los oligoelementos (cobre, selenio, zinc), las vitaminas A, B6,
B9, B12 y C participan en la actividad normal del sistema inmunitario.
- Por último, conviene estimular el metabolismo general mediante nutrientes en sus formas adaptadas: oligoelementos, vitaminas, coenzima Q10 y aminoácidos azufrados. Realmente, si el organismo está falto de vitalidad y de minerales y ha pasado meses o años con digestiones difíciles, no permitirá que se realice una buena labor de regeneración del aparato digestivo.
“Los
alimentos probióticos” son alimentos con microorganismos vivos adicionados que
permanecen activos en el intestino y ejercen importantes efectos fisiológicos.
Ingeridos en cantidades suficientes, pueden tener efectos beneficiosos, como
contribuir al equilibrio de la microbiota intestinal del huésped y potenciar el
sistema inmunitario. Pueden atravesar el tubo digestivo y recuperarse vivos en
las heces, pero también se adhieren a la mucosa intestinal.
Son
alimentos probióticos los yogures frescos, otras leches fermentadas, el kéfir,
el jocoque y otros. Pero debido a la industria alimenticia que utiliza tantos
concervantes, estos microorganismos llegan al consumidor final prácticamente
sin vida.
De
acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO), la definición de
probiótico es: «Microorganismos vivos que, cuando son suministrados en
cantidades adecuadas, promueven beneficios en la salud del organismo huésped».
Uno
de los beneficios de los probióticos es la mejora del equilibrio. Ayudan a
mejorar los síntomas y problemas, como la astenia, problemas en las defensas bajas,
períodos de lactancia, reforzar el sistema inmunitario, etc.
Las
bacterias probióticas sobreviven al paso por el tracto gastrointestinal y se
implantan en el colon o en el intestino delgado y ayudan a mejorar la salud del
huésped
Estos
prebióticos/probióticos y nutrientes específicos pueden encontrarse en establecimientos
ecológicos serios.
No hay que olvidar que «la muerte comienza en los intestinos» y que una mala digestión acaba, a largo plazo, destruyendo el organismo y allanando el terreno a enfermedades aun peores.
No hay que olvidar que «la muerte comienza en los intestinos» y que una mala digestión acaba, a largo plazo, destruyendo el organismo y allanando el terreno a enfermedades aun peores.
¡A su salud!