En
Internet se puede encontrar una gran oferta de productos, más o menos fiables,
que sirven para limpiar el tubo digestivo. Pero el intestino no es ni una
chimenea que haya que deshollinar, ni una tubería que haya que desatascar. De
hecho, es más delicado, y a la vez mucho más sencillo.
Por
lo general no deberíamos hacer nada. La madre naturaleza lo ha previsto ya
todo: un ejército de miles de millones de microorganismos que pueblan el colon
(el último tramo del intestino, justo antes del recto), que día y noche lo
protegen y limpian impidiendo que las bacterias y levaduras dañinas se
desarrollen e invadan la zona.
Los
microbios del intestino son muy numerosos; hay hasta cien veces más que células
tiene el cuerpo, es decir, unos 100 millones de millones (¡14 ceros!).
Este
inmenso ejército recibe el nombre de “flora intestinal” o “microbiota”.
Utilizar
el término “flora” aplicado al intestino puede chocar, pero lo cierto es que
hace referencia al número de especies de bacterias y levaduras (200 tipos como
mínimo) que ahí cohabitan, como ocurre en los jardines botánicos. Y cada
persona tiene su propia flora intestinal, tan personal como su huella dactilar.
Cuidar
su propio jardín es responsabilidad de cada persona; resembrarlo con
frecuencia, eliminar las malas hierbas, abonarlo o bien abandonarlo. En este
último caso, lo que era un bonito jardín inglés rápidamente se convertirá en un
horrible y nauseabundo vertedero, refugio de especies nocivas que pueden
provocar enfermedades.
Como Cuidar
y mejorar la flora intestinal
Algunas
de las bacterias presentes en la flora intestinal tienen un efecto positivo
para la salud y para la vida en general: por ese motivo, los científicos las
han bautizado como “probióticas” (beneficiosas para la vida). Estimulan el
sistema inmunitario, reducen las alergias y alivian la inflamación del
intestino. También impiden la producción de toxinas susceptibles de sobrecargar
el hígado, mejoran el tránsito intestinal, disminuyen las flatulencias y
previenen los trastornos digestivos (estreñimiento o diarrea). Para que
realmente merezcan llamarse probióticos, es necesario demostrar sus efectos
científicamente.
Pero
existen otras especies oportunistas o patógenas, susceptibles de originar
problemas de salud de todo tipo, entre ellos alergias, micosis y hasta alguna
enfermedad.
Entre
las micosis, la candidiasis provocada por la Candida albicans es alarmante,
puesto que la proliferación de este germen en el organismo provoca una
alteración del sistema inmunitario que puede abrir la puerta a otras
enfermedades, como el cáncer.
El
reto es el siguiente: tenemos que favorecer la proliferación de bacterias
beneficiosas mediante la implantación de especies favorecedoras de bacterias
saludables y el uso del “abono” adecuado, y al mismo tiempo, debemos
impedir que se desarrollen las especies patógenas, que dan origen a enfermedades”.
A
continuación puede ver qué medidas puede tomar para reforzar su sistema
inmunitario, aumentar su vitalidad y en definitiva, mejorar su bienestar:
Se
deben consumir con moderación alimentos en estado puro, no procesados, como la
carne, el queso, las grasas y los azúcares simples (o monosacáridos), ya que
pueden romper el equilibrio de la microflora.
Desde
los años cincuenta, el consumo de alimentos en estado puro no ha dejado de
crecer, con el consiguiente e incesante desarrollo de lo que llamamos enfermedades
del mundo desarrollado: es decir, enfermedades cardiovasculares, trastornos
digestivos, metabólicos, del sistema nervioso u osteoarticular, etc.
Sirva
como ejemplo el elevado consumo de azúcares simples: sacarosa, fructosa,
maltosa, lactosa, glucosa…
Todos
los alimentos azucarados o que se transforman rápidamente en azúcares
simples, incluido el zumo de frutas, favorecen la proliferación de una
flora fúngica que altera el sistema inmunitario, aumentando el riesgo de
diabetes, obesidad, accidentes cardiovasculares y todo tipo de cáncer.
Puede
parecer exagerado, pero hoy en día los médicos no tienen ninguna duda al
respecto: un consumo elevado de azúcar produce hiperglucemia y,
consiguientemente, hiperinsulinemia, que provoca la formación del tumor cancerígeno
y acelera el crecimiento de células tumorales.
Los
españoles consumen de media 43,8 kilos de azúcar al año, es decir, unos 120 gramos al día
(equivalente a entre 15 y 20 cucharaditas de postre diarias). La mayor parte de
este azúcar se “cuela” a través de productos elaborados (refrescos y bebidas
azucaradas, cereales, derivados lácteos, etc. que se endulzan con fructosa, el
principal edulcorante industrial). Esta cifra es alarmantemente alta. Debería
reducirse como mínimo hasta colocarse por debajo de los 10 kilos al año. Y
también deberíamos reducir el consumo de carne, grasas saturadas y lácteos.
Así
que prioricemos las frutas, legumbres y cereales integrales, bayas, frutos
secos, pescados grasos ricos en nutrientes como el colágeno, minerales, vitaminas
liposolubles y ácidos grasos omega-3. Podemos tomar algo de carne, lácteos
(sobre todo leche de cabra y oveja) y aceites vegetales (preferiblemente aceite
de oliva, coco o nuez), algo menos de grasas saturadas y muy pocos dulces.
Comer
más fibra: es “prebiótica”.
La
alimentación moderna es demasiado rica en alimentos en estado puro (carne,
queso, grasas y azúcares) y pobre en fibra. A pesar de no ser un nutriente
esencial de nuestro cuerpo, la fibra alimentaria resulta indispensable para
preservar la flora intestinal, que se alimenta de ella transformándola en
ácidos orgánicos que protegen y regeneran la mucosa intestinal.
Algunas
fibras alimentarias son solubles porque tienen poco peso molecular. Se las
denomina “prebióticas” porque su objetivo es estimular el crecimiento de las
bacterias “probióticas” o bacterias “buenas” del ecosistema intestinal.
Como
nuestra flora intestinal se nutre de fibras, no podemos dejar que se eche a
perder privándola de las fibras solubles que podemos encontrar, por ejemplo, en
la fruta de temporada bien madura, en una gran variedad de legumbres
(preferiblemente leguminosas y crucíferas) y en los cereales de siempre, pobres
en gluten (arroz, mijo, avena, espelta…).
Consuma
especialmente legumbres y frutas ecológicas, porque no contienen pesticidas
(cancerígenos) ni conservantes (antibacterianos y antifúngicos que alteran la
flora intestinal).
Además,
en necesario evitar la ingesta conjunta de hidratos de carbono y alimentos
ácidos (por ejemplo, cereales y cítricos, cereales o legumbres con vinagre o
limón, tomate y pasta o arroz…), ya que los ácidos neutralizan la acción de las
enzimas salivales sobre el almidón de los hidratos de carbono, con la
consiguiente producción de toxinas en el intestino.
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